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Aquel 3 de abril...

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Aquel 3 de abril...

En 1979, el 3 de abril cayó en martes. Tiempo fresco de primavera, frío y nieve en algunas zonas y urnas abiertas en una nueva convocatoria, la tercera en cuatro meses, pero la primera para elegir Alcaldes en 48 años. Aquel día, periódicos y emisoras de radio (la televisión empezaba su emisión diaria pasado mediodía) arrancaban la jornada con la expectación en varios frentes. En el de la convocatoria electoral, se temía abstención.

El temor no carecía de fundamento. A pesar de que los españoles no votaban a sus Corporaciones Locales desde 1931 -en algunos municipios, desde las parciales de 1933-, el “ansia de urnas” a la que algunos se referían se había aliviado después de votar la Constitución en diciembre y las elecciones generales el 1 de marzo. Pese a todo, partidos políticos, medios de comunicación y líderes sociales se afanaban en llamar a la participación para “completar el ciclo democrático” con argumentos que apelaban, más allá de las responsabilidades democráticas, al conocimiento de los problemas y soluciones para pueblos y ciudades que la proximidad al ciudadano otorgaba a los futuros electos locales.

Ya entonces se llamaba la atención sobre el hecho de que las personas que integraban las candidaturas eran conocidas, “incluso personalmente”, por los votantes, una particularidad que, como destacaba algún editorialista, tenía mucho que ver con el elevado número de pequeños municipios de nuestro mapa local. Y, por supuesto, no dejaba de insistirse en la libertad y la autonomía recién recuperadas en el país: libertad para elegir a quienes, desde la proximidad del Ayuntamiento, podían mejorar la vida de la gente, y autonomía para que esos Ayuntamientos se fuesen liberando poco a poco del “paternalismo del Estado Central”, tal y como se demandaba desde otros foros.

Aquel martes, en la España de la Constitución recién estrenada, con unas Cortes constitucionales surgidas de las elecciones generales de apenas un mes antes, los ciudadanos se despertaron con la noticia de un nuevo Presidente del Gobierno. Adolfo Suárez había tomado posesión de su cargo el día anterior y desde las instancias más diversas se hacían quinielas sobre quiénes iban a componer su gabinete. Eran las “quinielas” del martes, las políticas, porque las otras, las de fútbol, estaban terminando de escrutarse. En el boleto, y sólo esa semana, de manera excepcional, equipos de tercera división -resultados más difíciles de acertar-. Y aun así, a pesar de que la recaudación fue inferior, una vez hechos los dos recuentos, los acertantes de 14 resultados cobraron 1.396.612 pesetas. Los de 13 se quedarían con 35.694 pesetas y los de 12 con 2.658.

La quiniela era la apuesta que seguramente movía más sueños en las familias de entonces, las que celebraban la democracia que abría puertas a la libertad, a la participación y al mundo, familias que también lidiaban con precios que crecían más rápido que los salarios. Ese 3 de abril, seguramente, los acertantes de 14 vieron más cerca el fin de los plazos de la lavadora, el frigorífico o el coche (esos modelos de 127, 124 ó 131 que Seat había renovado poco antes, el GS de Citroën, que pronto sería el GSA, el Renault 12 y tantos otros). Incluso, habría quien se diese algún capricho en forma de viaje al extranjero, al mundo que en 1979 ya se veía más próximo.

El 3 de abril de 1979, día laborable, los trabajadores disponían de cuatro horas remuneradas en sus centros para acudir a los colegios electorales. Fue el punto final de un proceso iniciado en enero con la convocatoria de los comicios, la posterior formación de coaliciones, presentación y proclamación de candidaturas y una campaña electoral que arrancó el 10 de marzo. El 2 de abril, lunes, fue jornada de reflexión.

Dentro de la normalidad

La jornada de reflexión puso fin a una campaña con “escaso eco” porque, decían los analistas, eran muchos los pequeños municipios en los que “no hubo un solo mitin electoral”. En las grandes ciudades concurrían numerosos partidos cuyos candidatos exponían sus propuestas en temas concretos y posaban juntos para darse a conocer. Los partidos y coaliciones políticas en el conjunto nacional eran tantos y tan variados, que algunos periódicos publicaban “diccionarios de siglas” para familiarizar a los lectores/electores con las propuestas para sus Ayuntamientos. Cada día se daba cuenta de todo ello, de la actividad de campaña y de los actos y candidatos. El 2 de abril, jornada de reflexión, se concluyó con un balance de actos en el que el PSOE se erigía con el título de más activo (7.000 actos electorales), seguido del PCE, con 6.000, y de UCD, con 4.000. Por detrás quedaban el PTE (Partido del Trabajo de España) y la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores). Todo transcurrió dentro de la normalidad.

Junto a esa normalidad del proceso electoral existía, sin embargo, otra “normalidad” más compleja, la de violencias terroristas de ETA y Grapo, con crímenes casi diarios, tragedias que se convertían en una rutina dramática y quedaban desplazadas a las secciones de sucesos de periódicos, radios y televisión (entonces, sólo una con dos canales).

En 1979 también se hablaba de inseguridad ciudadana, una lacra que afectaba sobre todo a las grandes ciudades y a sus áreas metropolitanas. Pandillas juveniles robaban coches y motos, provocaban incendios, asaltaban a mujeres y ancianos, allanaban y robaban en domicilios, y, pese a los esfuerzos de la policía, se organizaban y generaban inseguridad y peligro. Por lo general, se trataba de menores que al ser detenidos manifestaban sin temor alguno que “entramos por una puerta y salimos por otra”. Tiempo después, un icono de aquello fue José Joaquín Sánchez Frutos, “El Jaro”.

En el plano internacional se vivían momentos convulsos. Desde el 28 de marzo, el mundo observaba con sobresalto el accidente sufrido en la central nuclear de Harrisburg, en Pennsilvania. En la jornada de reflexión, como en los tres días anteriores, se ofrecía la última hora de la catástrofe que había hecho saltar las alarmas sobre la seguridad de las instalaciones nucleares. Y con mayor o menor cobertura, los medios escritos (Hojas del Lunes y el vespertino Pueblo principalmente) y los audiovisuales daban cuenta de los profundos cambios que se vivían en Irán, donde el Ayatollah Jomeini acababa de proclamar la República Islámica tras un referéndum; el Sha, anterior mandatario de la antigua Persia, abandonaba el país camino hacia un destino sin confirmar que podría ser las Bahamas. Y en Pakistán, la esposa e hija del ex mandatario Ali Bhutto, condenado a muerte, recibían autorización para visitarlo antes de su ejecución.

En las noticias también había acontecimientos más felices. El festival de Eurovisión, por ejemplo, la cita internacional en la que España ya conocía importantes triunfos, se celebró en Jerusalén el 31 de marzo, el último sábado antes de las elecciones. La cantante Betty Missiego, con “Su canción”, se hizo con el segundo puesto. El triunfo se lo llevaron los anfitriones y vino con polémica, al menos en España: nuestro país, el último en votar, otorgaba 10 puntos a la canción israelí Hallelujah, cuando el marcador de la canción española iba ganando por un margen muy escaso. Finalmente, fueron 125 puntos frente a nuestros 116. Israel sería nuevamente anfitrión del certamen en 1980 (y lo será también -coincidencias temporales- este año 2019).

Durante las semanas de campaña electoral los cines, muy numerosos, exhibían en su mayoría películas “de destape”, todo un género entonces. Sin embargo, el último fin de semana de la campaña electoral conoció estrenos de mayor calidad y contenido, como la cinta italiana “El árbol de los zuecos”, premiada en el Festival de Cannes, y las producciones españolas “Siete días de enero”, de Juan Antonio Bardem, y “Las verdes praderas”, de José Luis Garci.

Y llegó el día…

El martes, 3 de abril, los españoles acudieron a las urnas. Titulares como “Todos a votar”, “Hoy, Ayuntamientos democráticos” o “Elegimos Alcaldes”, buscaban animar a los votantes y conjurar la abstención que traslucían otros encabezamientos como “Medios oficiales temen que la abstención supere hoy la del 1 de marzo”. Ese día portadas e informativos anunciaban que, a partir de las 21.30 se ofrecerían los primeros resultados, y también daban cuenta de las últimas novedades sobre el accidente de Harrisburg, de la casi inminente constitución del gabinete de Adolfo Suárez, de las reacciones de las calles españolas contra Jomeini, o de la pleuresía que aquejaba al líder soviético Leónidas Breznev.

Las mesas electorales se constituyeron entre las 8 y las 8.30. A las 9, tras el “empieza la votación” de los Presidentes, quedaron abiertas de manera ininterrumpida hasta las 20.00 horas. A lo largo de ese tiempo, los votantes, DNI en mano, acudieron a depositar sus papeletas, de diferente color en función de la Entidad: blancas, para la elección de Alcaldes en los municipios con menos de 25 y para la elección de Corporaciones en todo el país; amarillas para la elección de Alcaldes pedáneos y sepia para la renovación de los entes de régimen especial.

En el transcurso de ese día acudieron los votantes. En algunas ciudades, la afluencia fue masiva a la hora de comer. Por la mañana el nivel de participación en la capital era prácticamente idéntico al de la anterior cita del 1 de marzo, un acontecimiento tranquilizador que el vespertino Pueblo destacaba con un “el número de votantes por la mañana era normal”.

Tras el cierre de las mesas, y con el voto final de los miembros de la misma, arrancó el escrutinio y posteriormente la elaboración del acta y los certificados correspondientes. Una persona designada por la Administración se encargó de transmitir los datos a los Gobiernos Civiles que, a su vez, los repercutieron al ordenador central del Ministerio del Interior.

Tal y como se anunciaba desde esa misma mañana, a partir de las 21.30 empezaron a recibirse los primeros resultados. TVE no modificó sustancialmente su programación, aunque alargó su emisión hasta más allá de la una de la madrugada, en espera de la rueda de prensa en el Ministerio del Interior, cuyo titular fue hasta el jueves de esa semana Rodolfo Martín Villa. Esa noche, tras la segunda edición del telediario, se emitieron, en color -entonces se precisaba si el programa era en color o en blanco y negro- una telecomedia y un episodio de la serie “Vacaciones en el mar”. Después, tras las últimas noticias, la programación se alargó con un episodio de la serie “Tensión”, que acompañó la espera hasta la emisión de la rueda de prensa. Al día siguiente, también con carácter excepcional, la emisión televisiva comenzó a las 8 de la mañana (lo habitual era la Carta de Ajuste poco antes de las 14.00 horas).

Desde la radio. Con márgenes de programación más amplios, las diferentes cadenas dieron cobertura a los resultados. En RNE, a partir de las 17.00 horas de la jornada electoral se emitieron boletines informativos cada 15 minutos. A partir de las 22.00 se emitió un Especial Elecciones Locales 1979, conducido por Alejo García.

En prensa escrita, el diario El País publicó una edición especial a las cuatro de la madrugada, en la que daba cuenta con un gran titular de que partidos de izquierda y nacionalistas habían ganado en los Ayuntamientos de mayor tamaño y apuntaba un índice de abstención superior al de las generales del mes anterior. Junto a ese titular, otros con la última hora sobre las consecuencias del accidente de Harrisburg y los avances en el proceso de paz de Egipto e Israel.

Y nuevamente, la normalidad. En estas primeras municipales los españoles ya tenían interiorizado su derecho al voto y lo ejercían de manera seria y responsable. En el capítulo de anécdotas tan sólo la confusión del votante que depositó por error un cheque (que recuperó tras el escrutinio) y la agresividad de otro que, en Navarra, rompió una urna a martillazos. La Comunidad Valenciana registró uno de los índices de participación más altos, no así Galicia, que se quedó por debajo del porcentaje de las Generales. En Baleares hubo irregularidades en algún colegio y en Canarias falleció un candidato de UCD. Sin sorpresas en Extremadura, País Vasco o Murcia. En Cataluña mejoró la participación rural, pero no en Castilla-La Mancha, donde el frio pareció retraer a los votantes. En Andalucía ganó la abstención y en Castilla y León, también bajo “condiciones meteorológicas adversas”, el Centro triunfó en el campo; también en el de las entonces provincias de Santander y Logroño que, en los años posteriores serían las Comunidades Autónomas de Cantabria y La Rioja.

Los nuevos Alcaldes tomaron posesión de sus cargos el 19 de ese mes. Nombres emblemáticos como Enrique Tierno Galván, Julio Anguita o Narcís Serra, llegaron a los Ayuntamientos de Madrid, Córdoba o Barcelona. Otros muchos llegaron a pequeños pueblos que se hicieron grandes, y otros tantos, despertaron ciudades que pedían servicios y modernidad. La democracia, dijo en su momento el Alcalde de Málaga y Presidente de la FEMP, Pedro Aparicio, sentó bien a las ciudades.

Antes de que terminase ese mes de abril Gerardo Diego y Jorge Luis Borges recibían, ex aequo, el Premio Cervantes. Y antes de acabar el año, la Academia Sueca premiaba con el Nobel de la Paz a Teresa de Calcuta y reconocía con el Nobel de Medicina a Allan M. Cormack y a Goffrey Haunsfield por lo que entonces ya prometía ser un invento revolucionario en el mundo del radiodiagnóstico, la Tomografía Axial Computerizada. Había nacido el Scanner.

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